¿Y si lo llamamos Jardín de Infancia?

Desde que estudiaba en la universidad he sido partidaria del término «Escuela Infantil«, desterrando el de «guardería«, y no como algo vacío simplemente para dar importancia a mi propia profesión, sino como un cambio que debía tener lugar en la mente de todos, pues, como se suele decir, mi trabajo no consiste en guardar niños y devolverlos en buenas condiciones físicas. Mi aula no es un aparcamiento de niños, y mi trabajo es educar, así que lo cierto es que «Escuela Infantil» va más en consonancia con qué ocurre o qué debería ocurrir en un aula de Infantil.

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En Infantil tenemos siempre la clara reivindicación de que se trata de una etapa igual de importante o incluso más que las posteriores, y por tanto debería estar al mismo nivel, nunca por debajo, nunca sirviendo a las siguientes etapas sino al propio niño o niña. Pero me da la sensación de que hemos acabado dándole la vuelta a la tortilla, sin tener en cuenta que no es una etapa de educación obligatoria, y sobre todo confundiendo lo que la sociedad espera de nosotros, de nuestro trabajo y de nuestro alumnado con lo que realmente se necesita a estas edades.

Y así es como finalmente el concepto «ESCUELA Infantil» ha acabado remando a favor de la escuela tradicional, porque si estamos hablando de una escuela, los niños y niñas tienen que aprender mucho, muchas cosas objetivas y cuantificables a ser posible. Así es como hemos acabado justificando que los niños y niñas de nuestras aulas prácticamente no tengan tiempo para el juego libre, que la inmensa mayoría de las actividades sean dirigidas y de respuesta única, que se les meta prisa en su tránsito por cada una de las etapas que deberíamos saborear como el más dulce y sabroso de los caramelos del mundo. Y así es como hemos acabado reforzando aquello que queríamos evitar: estar al servicio de etapas ulteriores, porque tienen que empezar primaria sabiendo leer y escribir, atender durante largo rato aun aunque sepamos que no están preparados para ello, estar quietos y callados, sumar, restar, y si nos descuidamos, hasta multiplicar y dividir.

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Joder, esto no era lo que yo pretendía con la reivindicación «yo no guardo niños»… pero el término «guardería» sigue teniendo unas connotaciones que no me gustan.

Un día, hablando con mi amiga Miriam, que por si no lo sabes tiene un blog llamado Desde Aquí Arriba que estoy segura de que te va a encantar, me contó que ella en Noruega no trabajaba en una escuela infantil ni en una guardería, sino en un «barnehage«, y que el término le gustaba mucho más que cualquiera de los dos españoles, por unas razones parecidas a lo que he expresado previamente. Y oye, resulta que yo trabajo en un «Kindergarten«, que también significa, literalmente, «jardín de infancia«. Aquí los alemenes tienen muy claro que el Kindergarten no tiene nada que ver con la escuela, y de hecho son términos que ni se parecen (escuela es «Schule»), y «jardín de infancia» no tiene las connotaciones negativas de «guardería». ¿Y no es eso lo que debería ser un aula de infantil, un jardín donde VIVIR la infancia?

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Oh, espera, que para eso los maestros y maestras de Infantil tenemos que tener una autoestima a prueba de bomba en cuestiones profesionales, pues tendemos a creer que somos mejores maestros cuantas más cosas metemos en la mente de nuestros alumnos aunque tenga que ser a presión (¡porque no caben!), cuantas más fichas hacen, cuanto más rápido empiezan los aprendizajes que no se corresponden siquiera con la edad, en definitiva, cuanto más nos parecemos a la Educación Primaria. Tenemos un problema gordo si lo que necesitan nuestros niños y niñas y lo que necesitamos nosotras para sentirnos importantes, realizadas, no converge en ningún punto, ¿no crees?

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Pues yo lo tengo claro. Trabajo en un JARDÍN DE INFANCIA y me encargo, como maestra, como jardinera, de que mis alumnos y alumnas, mis flores más preciadas, puedan vivir su infancia como merecen, de que se desarrollen cada uno al ritmo que necesite, de que están estimulados en muchos sentidos (pero nunca demasiado), de escucharles y darles diversas herramientas cuando tienen algo que expresar, de acompañarles en su tránsito por las emociones, en su raciocinio,… y un largo etcétera; y no creo que mi valía y mi importancia como profesional dependa de cuánto trabajo le he ahorrado al maestro de primaria, sino del bienestar y el buen desarrollo de mi único cliente, pues si quieres ver el jardín de infancia como un serivicio (aquí en Alemania ocurre también, quizás todavía más que en España), mis clientes son claramente mis alumnos y alumnas de 0-6 años, y a ellos y a nadie más me debo.

 

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3 pensamientos en “¿Y si lo llamamos Jardín de Infancia?

  1. Lo llamemos como lo llamemos, es innegable el regalo que supone para los padres la ayuda que profesionales como tú hacéis con nuestros hijos. Son años para cultivar la curiosidad, y el aprendizaje por observación de los demás niños. Creo que especialmente estas dos cosas se consiguen como en ninguna otra etapa. Así que no importa lo que piensen los demás cuando tú sabes la tarea trascendental que te tienes entre manos. Además, la etapa de infantil es clave en obtención de recursos emocionales y de valores. Todos sabemos que las matemáticas se asientan en una estructura lógica en la que unos aprendizajes se relacionan con otros entrelazándose y sosteniéndose unos en otros. Pero quizás no valoramos la etapa de infantil lo suficiente como para entender que ocurre lo mismo con el aprendizaje para la vida. Que nadie te quite la pasión por lo que haces, pero ojalá muchos no nos guardemos los elogios para que nunca dudes de ello. Un saludo!

  2. Pingback: ¿Y si lo llamamos Jardín de Infancia? — Entre Actividades Infantiles | Desde mi Salón

  3. Yo recuerdo el parque de bebés que tenía mi madre en casa, una pequeña jaula de cuerda totalmente almohadillado, de donde ninguno podíamos salir (al menos hasta que aprendimos a trepar). Cuando hice el curso de premamá la comadrona contó que en Alemania no usaban eso. No, les daban toda o casi toda una habitación forrada de manta o acolchada para que tuviera más espacio para experimentar los movimientos de su cuerpo y crecer sin estar encerrado. Dónde mamá podía entrar a jugar con él o sentarse fuera a leer. No se cuánto de cierto hay pero la idea de que ahí dejaban libre al recién nacido para que aprendiera por si mismo me gusto. Ellos son el centro de su aprendizaje , y deben serlo siempre. Los niños aprenden jugando e incluyendo los descubrimientos que realizan en sus esquemas mentales. No aprenden cuando el profesor, muy pagado de sí mismo, le suspende porque a veces no le presta la atención que el cree que merece. Yo creo que si no soy capaz de interesar al niño y ganarme su atención soy yo la que suspende. Sin importar como haya contestado el exámen. En la escuela española, al menos, no ponemos siempre el centro del aprendizaje en el niño si no en el maestro y este enseña pensando en cómo quiere enseñar y no en cómo van a aprender. Dejan de usar el juego como modo de aprender y pasan al sistema del loro.
    Los nombres son sólo palabras, pero sirven para reconocer lo que se hace en el lugar. Yo quiero saber cómo es el centro al que llevo a mi hija y si la dejarán crecer libremente o la pondrán a repetir frases.

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